Carlos Arcieri, luthier. Originario de Colombia
Luthier con las manos, pintor con el alma
Carlos Arcieri, uno de los mejores luthieres del mundo, arregló instrumentos de la Filarmónica. Su verdadera vocación es la pintura y no estará tranquilo hasta que no vuelva a ella.
John Saldarriaga L. –Medellín, Colombia. Publicado el 16 de junio de 2008 en el colombiano.com
Luthier con las manos, pintor con el alma
Carlos Arcieri, uno de los mejores luthieres del mundo, arregló instrumentos de la Filarmónica. Su verdadera vocación es la pintura y no estará tranquilo hasta que no vuelva a ella.
John Saldarriaga L. –Medellín, Colombia. Publicado el 16 de junio de 2008 en el colombiano.com
Reputado como uno de los mejores luthieres del mundo, Carlos Arcieri no ve la hora de regresar a la pintura, su verdadera vocación.
La semana pasada arregló violines, violas, chelos y contrabajos de la Filarmónica, en la oficina del director ejecutivo convertida en taller, pisos arriba de la taquilla del Teatro Metropolitano.
Tiene una barba entre cana y negra, cabello negro bien peinado, contextura maciza sin ser gordo, y es alto. Calza gafas rectangulares y transparentes. La mañana que lo visité estaba enfundado en una bata de laboratorista. Sentado ante una mesa de siete lados atestada de violas y violines, con sus pegamentos, limas de diversos calibres, gubias, formones, escoplos y cepillo. Esa figura revelaba su autoridad en el tema de la reparación de instrumentos de cuerda.
Este barranquillero, de ascendencia italiana, heredó la habilidad manual, en especial con la madera, de su abuelo y otros ancestros de Calabria, famosos como faleñames, es decir, trabajadores de la madera en el artístico oficio de hacer altares.Además de los instrumentos previamente aceptados, interrumpía su trabajo cada tanto para "mirar nada más", o sea evaluar, algunos instrumentos que le traían músicos que se enteraban de que Arcieri estaba aquí.
Contaba su historia y hablaba de los instrumentos que tenía enfrente, ante la mirada curiosa de Luis Fernando Posada, un luthier local, aprendiz del barranquillero.Arcieri contó que su padre, Manlío, a pesar de haber arreglado motores en el terminal marítimo de Curramba, no abandonó la tradición. Hacía los muebles de la casa."Esta viola tiene el mástil muy largo y la ce donde no la debe tener -le dijo a una chica que trajo el instrumento para su evaluación-. Lo más que puede hacerse es mejorarle el sonido".
La semana pasada arregló violines, violas, chelos y contrabajos de la Filarmónica, en la oficina del director ejecutivo convertida en taller, pisos arriba de la taquilla del Teatro Metropolitano.
Tiene una barba entre cana y negra, cabello negro bien peinado, contextura maciza sin ser gordo, y es alto. Calza gafas rectangulares y transparentes. La mañana que lo visité estaba enfundado en una bata de laboratorista. Sentado ante una mesa de siete lados atestada de violas y violines, con sus pegamentos, limas de diversos calibres, gubias, formones, escoplos y cepillo. Esa figura revelaba su autoridad en el tema de la reparación de instrumentos de cuerda.
Este barranquillero, de ascendencia italiana, heredó la habilidad manual, en especial con la madera, de su abuelo y otros ancestros de Calabria, famosos como faleñames, es decir, trabajadores de la madera en el artístico oficio de hacer altares.Además de los instrumentos previamente aceptados, interrumpía su trabajo cada tanto para "mirar nada más", o sea evaluar, algunos instrumentos que le traían músicos que se enteraban de que Arcieri estaba aquí.
Contaba su historia y hablaba de los instrumentos que tenía enfrente, ante la mirada curiosa de Luis Fernando Posada, un luthier local, aprendiz del barranquillero.Arcieri contó que su padre, Manlío, a pesar de haber arreglado motores en el terminal marítimo de Curramba, no abandonó la tradición. Hacía los muebles de la casa."Esta viola tiene el mástil muy largo y la ce donde no la debe tener -le dijo a una chica que trajo el instrumento para su evaluación-. Lo más que puede hacerse es mejorarle el sonido".
Acostó el instrumento frente en la mesa y, de inmediato, retiró el puente. Las cuerdas quedaron destempladas. Él sacó un puente nuevo de una bolsita, disminuyó su espesor con el cepillo y, después, se lo llevó a la boca por el lado que iba a quedar pegado al instrumento y lo humedeció. Untó pegante por el mismo lado y, en breve, las cuerdas quedaron tensas sobre el nuevo puente. Por último, afinó.
Contó que estudió artes en la Universidad del Atlántico y después viajó a Estados Unidos a especializarse en pintura. Que la suya era una pintura abstracta, geométrica, cercana al cubismo. Que tenía gran acogida y él cree que hasta era exitoso. Para sostenerse, se dedicó a arreglar instrumentos musicales. Su reputación en este campo fue creciendo tanto que cuando menos pensó se dedicaba más al oficio de luthier que a la pintura, hasta que terminó por abandonarla. Desde entonces no vive tranquilo. "¡Pregúntenle a un pintor qué se siente cuando no ha vuelto a pintar!"Desasosiego, respondí en mi mente.
Perfeccionó el oficio. Fue alumno del mejor luthier del siglo XX: Simone Sacconi, quien después llegaría a ser como su padre.
El luthier habló de su taller en Manhattan. Para describirlo, comenzó por decir que tiene caja fuerte, lo cual es, según él, lo más importante. "Sí. En este momento tengo en mi poder un violín Stradivarius avaluado en cuatro millones de dólares. A veces, como en esta visita a Medellín, como se trataba de tantos instrumentos, treinta, era más fácil que él viniera hasta aquí.
"Yo quería ser reconocido en el mundo por alguna cosa; ser alguien". "¿Entonces, está satisfecho?"
"No, yo quiero ser pintor. Pero ya casi podré dedicarme a eso de lleno. Mi hijo, Jean Carlo, se está ocupando del negocio. Sé que pronto podré retirarme de la luthería".
Contó que estudió artes en la Universidad del Atlántico y después viajó a Estados Unidos a especializarse en pintura. Que la suya era una pintura abstracta, geométrica, cercana al cubismo. Que tenía gran acogida y él cree que hasta era exitoso. Para sostenerse, se dedicó a arreglar instrumentos musicales. Su reputación en este campo fue creciendo tanto que cuando menos pensó se dedicaba más al oficio de luthier que a la pintura, hasta que terminó por abandonarla. Desde entonces no vive tranquilo. "¡Pregúntenle a un pintor qué se siente cuando no ha vuelto a pintar!"Desasosiego, respondí en mi mente.
Perfeccionó el oficio. Fue alumno del mejor luthier del siglo XX: Simone Sacconi, quien después llegaría a ser como su padre.
El luthier habló de su taller en Manhattan. Para describirlo, comenzó por decir que tiene caja fuerte, lo cual es, según él, lo más importante. "Sí. En este momento tengo en mi poder un violín Stradivarius avaluado en cuatro millones de dólares. A veces, como en esta visita a Medellín, como se trataba de tantos instrumentos, treinta, era más fácil que él viniera hasta aquí.
"Yo quería ser reconocido en el mundo por alguna cosa; ser alguien". "¿Entonces, está satisfecho?"
"No, yo quiero ser pintor. Pero ya casi podré dedicarme a eso de lleno. Mi hijo, Jean Carlo, se está ocupando del negocio. Sé que pronto podré retirarme de la luthería".
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